-Corre Silvano, corre, que aunque la resaca de mañana la conozcas, esta noche se erige sobre ti poblada de laberintos inmaculados e innúmeros para que tú los visites, para que tu violentes la paz de sus perspectivas y doblegues sus significados. Ríndete a las sombras que no son si no tu mismo, modela con la materia que te envuelve tu anhelo ideal y grita de placer, chubasca tu diversión a los cuatro costados y muéstrales a todos tu polla bien tiesa, proyectándose al infinito- y con estos buenos presagios me contuve de cascármela buscando más bien en la noche, enfebrecido de euforia y deseo, un agujero donde meterla.
-No quiera Dios que tu semen sea la semilla huera caída en la roca, mira a tu alrededor y dinos si no es verdad que la carne que es la materia del deseo no es modelable según nuestros anhelos; sólo has de aprender a usar tu mente- Veía muertos a mi alrededor, mejor, veía cuerpos donde la muerte se alojaba tratando yo de adivinar en que parte de ellos se hospedaba; En sus miembros, en su cabeza, en su corazón... me acerqué a uno de ellos y retiré sus ropas buscando un agujero practicable. Como estaba tripa abajo masajeé el esfínter para que se dilatara lo que hizo con sorprendente rapidez saliendo la muerte recién despierta en forma de aciago denso y maloliente pedo con el mismo olor que encontraba en el culo de Sebastián y con la misma capacidad de conmoverme. Respiré profundamente invitando a la muerte a instalarse cómodamente en mí y al tanto ya la sentía bajo mi hueso sacro en la base de los cojones tensándome la verga, inspirándome la sola determinación de atravesar el epicentro del deseo a golpe de riñón. Me tumbé sobre el cadáver y lo ensarté con la vivida y consciente impresión de mi verga como un gigantesco instrumento descarnado arrasando vastas extensiones de carne de hiel a su paso, para terminar embistiendo en su punta con un rugoso promontorio de hez, logrando en el impacto la comunión de esa mierda condenada a un inminente y ultrajante desalojo al exterior, con mi semen. Sin darme tiempo a detenerme siquiera la muerte ya bombeaba de nuevo desde su posición la sangre a mi polla embruteciéndome y haciendo que continuara escarbando en el barro como quien trata de encontrar su tesoro escondido. Los perros envenenaban mi culo a lengüetadas y el prurito se intensificaba a cada embestida abocándome al delirio máximo, con mi mente deslumbrada por una luz más fuerte y cegadora que la del sol. Mi lengua saboreaba el cuello del muerto, la carne blanca y amarga de su piel lijándome la boca con sus poros contraídos, hirientes como patas de gusano. Tomé después mi daga para practicar una brecha en el abdomen y busqué en su interior. Nunca había explorado más allá del primer intestino y mi mano curiosa ya se aventuraba por la oquedad recién abierta palpando las tripas, aún calientes, arrancándolas y arrastrándolas humeantes al exterior. Luego, insistiendo aún sobre su culo obcecada y desesperadamente, con el mango de la daga, golpeé y golpeé hasta consegur desprecintar el cráneo, y separando con el filo los dos hemisferios, engullí con voracidad los sesos. Al segundo orgasmo, sin aliento ni fuerzas, para levantarme preferí seguir tumbado encima del cadáver, con mi polla ablandándose dentro.
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