Sangre roja se
Arroja de
Perro a
Perra
Manteca hermosa
De can
Adentro se la
Mete
Y en el río en
El monte
Hasta el alma se
Lamen
Cola tiesa en
Furor
Al manzanillo el
Agua
Mozcorra cachorra
Arroja
Fuego por
Esperma
Y con la picha con
Los cojones
Hasta el alma se
Lamen
Jodienda de perro y
La luna
Gemido corrupto
Chorrea y
Bulle como
Amor
Culo ardentoso
Abraza el
Aullido de
Perra
Y el aliento y
La saliva
Polutos humillan
La hierba
Embuto con furor
¡Dios! a
Cada embate en
Sus ancas
Abarcia animal
De corrida
Y con esperma y
Con amor
Las mierdas
. Sólo en contadas ocasiones en que alguien deseaba iniciarse en nuestros conciliábulos, la iguana dejaba de ser un fetiche de culto decorativo, concursando con el resto de las cosas en la creación de una puerta ideal a través de la que escapar al miedo y negar la vida. Nuestros hombres, durmiendo magníficos en alta mar, mecidos indolentes y desnudos por mareas de color violáceo, mermaban sus carnes y blanqueaban la piel cuanto más devotos se hacían de nuestro culto, llegando muchos a arruinar completamente sus vidas, tanto que desposeídos de todo, Sebastián los arrojaba a la calle desde el momento en que no podían costearse más veladas en nuestra casa, negándoles para siempre la entrada, irremediablemente perdidos en su seol de desdicha. Y mientras las imágenes del engendro follado y de sus devotos abúlicos se desvanecían junto a las proclamas de Sebastián, mi mente viajaba como el nómada que se aventura a lugares desconocidos preguntándose por la impresión que le producirá su llegada allí, si la ciudad será como la ha soñado, o se asemejará a algunas de las ya conocidas, yo, que nunca había salido de Jerusalén, y el dinero me abría enteras las puertas del mundo... me aburría una vez más. Necesitado del hálito de Sebastián en mi garganta, eché de menos su voz declamando en la penumbra y alertado lo llamé sin que él respondiera a mi llamada. Un desconocido sentimiento de indefensión agudizó mi malestar y busqué a mi amigo por todos los rincones, tratando de reconocerlo entre los anónimos cuerpos que dormitaban, reclamándolo repetidas veces, cada vez más agitado, con la ausencia de su vaho enfriándome la piel y acelerando vertiginosamente el ritmo de mi corazón. Un dolor agudo me hería inhumanamente el vientre remitiendo poco a poco antes de volver a insistir cada vez con más intensidad haciendo que me revolcara aullando horrorizado, escandalizado por las dimensiones de mi padecimiento.
-¡Sebastián maldito! Estoy naufrago en este inmenso sufrir ¿dónde están tus costas?- Me arrastré como pude hasta el mostrador donde preparaba los vinos aromatizados de estramonio y bebí ávido una jarra entera sintiéndome al tanto aliviado, conjurando la venganza que el destino echaba sobre mí, por todas las vanas esperanzas de felicidad que en alguno u otro momento había tenido la debilidad de concebir.
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