miércoles, 11 de marzo de 2009
santuario
martes, 20 de enero de 2009
palestina mon amour
Antes de que los fornicadores se abandonaran de nuevo al sopor escancié vino para todos y cada uno cómodamente sentado fue bebiendo el suyo sin extrañar nadie el sabor nuevo de la mezcla. Poco a poco, a medida que amanecía, los cuerpos relajados se fueron quedando dormidos y sus pieles comenzaban a brillar en una rara alquimia de sueño y luz que parecía desdoblar las imágenes y animarlas de forma caprichosa. Sebastián reinició su vagar sonámbulo de un lado al otro de la casa sin cesar en la oración salvadora que lo libraba de su amor por mí, vencido por el cansancio, pero sin atreverse a abandonarse al libre fluir de sus sueños a los que temía como a sus propios pensamientos. El Sol aumentaba su posición en el firmamento y todo era ya reconocible a nuestros ojos, pero los cuerpos que antes brillaban, se hacían opacos y comenzaban a desprender el inequívoco y denso olor que la muerte dejaba a su paso. Ella era la que me inspiró cuando los que no terminaban de dormirse, tampoco daban muestras de mucha animosidad y busqué uno a uno sus cuerpos para atravesarles el corazón con el puñal. Jairo, en su altar me miró con bellos ojos y serena expresión incluso tras sentir el filo atravesar su garganta. Sebastián de nuevo vencido, incapaz de afrontar su soledad, buscaba mi aliento con su boca, tratando de excitar mis sentidos con la mano en mis testículos. Pero yo ni quería ni podía atender sus requerimientos, y tomando el machete, con violencia comencé a desmembrar los cuerpos desparramados. La muerte, inseparable compañera, me seguía allá donde fuera, convirtiéndome en emisario de la desgracia, haciéndome sentir esta idea, emplazado en un lugar donde la soledad podía ser más dolorosa que la que sufría Sebastián. Asestaba golpes con fuerza, como si al igual que mi amigo, necesitara escapar de mis propios pensamientos, agradeciendo la dificultad que suponía desgarrar esas carnes con mi escaso puñal o quebrar sus duros huesos con mi machete insuficiente y poco afilado y poder ocupar hasta el desfallecimiento, un tiempo que de otro modo sería insoportable incluso a mi corazón entrenado en la tragedia.
¿Será ésta sangre devuelta a algún río de dolor tenue hasta coagular olvidando su original herida?, ¿Se reunirán todas las almas desalojadas de su cuerpo por el fétido pedo-muerte en alguna colina verde y mullida, a bailar con enfermedad la música de todos sus recuerdos? ¿Bastará toda esta comida para conformar a mi padre? Preguntas caprichosas algunas y que no urgían respuesta, azares que mi mente sobre emponzoñada, desbordaba a las morrenas de mi espíritu.
Yahvé. Su
Cáscara
Anuncia
Amor y
Piedad
EL FIN
A espetaperro
Israel
Idolatra
Moras y
Manzanas
EL FIN
Arúspice sin
Vísceras
Preconizas
Santuario y
Silencio
LA MUERTE
lunes, 12 de enero de 2009
pompe funebre
en mi casa sosegada
Sangre roja se
Arroja de
Perro a
Perra
Manteca hermosa
De can
Adentro se la
Mete
Y en el río en
El monte
Hasta el alma se
Lamen
Cola tiesa en
Furor
Al manzanillo el
Agua
Mozcorra cachorra
Arroja
Fuego por
Esperma
Y con la picha con
Los cojones
Hasta el alma se
Lamen
Jodienda de perro y
La luna
Gemido corrupto
Chorrea y
Bulle como
Amor
Culo ardentoso
Abraza el
Aullido de
Perra
Y el aliento y
La saliva
Polutos humillan
La hierba
Embuto con furor
¡Dios! a
Cada embate en
Sus ancas
Abarcia animal
De corrida
Y con esperma y
Con amor
Las mierdas
. Sólo en contadas ocasiones en que alguien deseaba iniciarse en nuestros conciliábulos, la iguana dejaba de ser un fetiche de culto decorativo, concursando con el resto de las cosas en la creación de una puerta ideal a través de la que escapar al miedo y negar la vida. Nuestros hombres, durmiendo magníficos en alta mar, mecidos indolentes y desnudos por mareas de color violáceo, mermaban sus carnes y blanqueaban la piel cuanto más devotos se hacían de nuestro culto, llegando muchos a arruinar completamente sus vidas, tanto que desposeídos de todo, Sebastián los arrojaba a la calle desde el momento en que no podían costearse más veladas en nuestra casa, negándoles para siempre la entrada, irremediablemente perdidos en su seol de desdicha. Y mientras las imágenes del engendro follado y de sus devotos abúlicos se desvanecían junto a las proclamas de Sebastián, mi mente viajaba como el nómada que se aventura a lugares desconocidos preguntándose por la impresión que le producirá su llegada allí, si la ciudad será como la ha soñado, o se asemejará a algunas de las ya conocidas, yo, que nunca había salido de Jerusalén, y el dinero me abría enteras las puertas del mundo... me aburría una vez más. Necesitado del hálito de Sebastián en mi garganta, eché de menos su voz declamando en la penumbra y alertado lo llamé sin que él respondiera a mi llamada. Un desconocido sentimiento de indefensión agudizó mi malestar y busqué a mi amigo por todos los rincones, tratando de reconocerlo entre los anónimos cuerpos que dormitaban, reclamándolo repetidas veces, cada vez más agitado, con la ausencia de su vaho enfriándome la piel y acelerando vertiginosamente el ritmo de mi corazón. Un dolor agudo me hería inhumanamente el vientre remitiendo poco a poco antes de volver a insistir cada vez con más intensidad haciendo que me revolcara aullando horrorizado, escandalizado por las dimensiones de mi padecimiento.
-¡Sebastián maldito! Estoy naufrago en este inmenso sufrir ¿dónde están tus costas?- Me arrastré como pude hasta el mostrador donde preparaba los vinos aromatizados de estramonio y bebí ávido una jarra entera sintiéndome al tanto aliviado, conjurando la venganza que el destino echaba sobre mí, por todas las vanas esperanzas de felicidad que en alguno u otro momento había tenido la debilidad de concebir.
jueves, 8 de enero de 2009
aqui me quedo
fiesta
Apenas había gente en la ciudad, y los pocos que se veían se afanaban inquietos en sus últimos quehaceres presos de una extraña agitación. El resto se debía hallar presenciando las ejecuciones de los bandidos capturados en el Cedrón. Desde la puerta de los rebaños, bordeando la muralla, hasta el calvario se extendía un largo y penoso camino de crucificados en silenciosa agonía. Situados en un concreto limbo que los separaba unos palmos del suelo y del resto a los que todavía no les era dado agonizar, señalaban su confinamiento exánimes, exhalando sólo de vez en cuando un grito que era una llamada de auxilio ante el mundo o las fuerzas que lo animan, sobre su martirio insoportable.
...Quizá fuera la proximidad de la muerte lo que hacía erguirse su grueso pene, al menos eso he creido hasta hace poco, y los soldados persuadidos bromeaban y reían masajeándoselo para que terminara de empalmarse. Las muescas de los recientes latigazos impresas en esa piel blanca me humillaban a mí más que a él, al sentir que acrecentaban mi deseo, también translucible en el grosor que alcanzaba mi polla y que no era si no un pequeño síntoma de todo el barullo que era mi corazón. Estaba enamorado. Y cuando a punto se encontraba el verdugo de golpear la cabeza del primer clavo apuntando contra su muñeca, no pude hacer otra cosa que detener su mano y hablar no sin infinita vergüenza por todos los que allí estaban.
- Puedo ayudarte si no te ofendes por ello - le anuncié en tono grave, esperanzador... fascinado por el modo en que su glande se descubría sobre su ombligo
- ¿Qué deseas de mí? -se interesó él, con débil voz, despojado de su orgullo, derribado al sentir el tacto del hierro a punto de atravesarle
-no debe de ser difícil leer en ojos de los que te admiran, sus deseos... - y su mirada evidenciaba todo el trabajo y la fiebre que se fraguaba en su interior, oscura, más ahora que las pupilas lo llenaban todo, tratando de ver más allá de mi rostro, dispuesto a cualquier acto por su salvación. Y cuando finalmente percibió mi hinchazón, después de dudar unos instantes, se liberó con violencia de las manos que lo apresaban, arrodillándose ante mí. Aunque no creí que alguna vez se hubiera ejercitado en cometidos como este, se acercó a mi polla y arropándola con dulces labios, la mamó como seguro le gustaba que a él se lo hiciesen. El miedo lo inspiraba felizmente y yo ufano, de nuevo manifesté silenciosamente gratitud al cielo por la visión de esa espalda humillada de heridas, sometida a la servidumbre de mi polla que veía aparecer y desaparecer ensalivada de su boca como un extraño absceso. Se ejercitaba en técnicas que ensayaba y aplicaba concienzudo por primera vez y cuando se daba un respiro, aprovechaba para mirar a cierta distancia la carne, con sorpresa quizás, de sentirse disfrutar con ese acto. Lo dejé hacer, complacido por su buena disposición, recreándome en el modo en que aplicaba para mi placer, cada gesto que aprendía. Empecé entonces a acompasar mis movimientos con los suyos, más pausadamente al principio para ir progresando en intensidad hasta sentir la inminencia del orgasmo. Me introduje con fuerza hasta el interior de su garganta, aprisionando bien su cabeza con las manos y aunque frenando su natural instinto de debatirse por la asfixia, recibió mi esperma con una fuerte arcada. Una vez liberado pudo toser cuanto quiso y levantando la mirada desde el suelo quiso complicarme con una maravillosa sonrisa porque no sabía que su suerte ya estaba trazada de antemano y mi promesa era mentira. Cuando fue izado, su polla túrgida lo debía enfurecer más que mi engaño y no dejaba de insultarme escandalosamente.
El comandante Stuart me observaba con maravilla, creyéndome divinamente inspirado, observando mis actos con detenido celo. Las siluetas negras de los crucificados contrastaban bruscamente con los cirros violetas del firmamento y conforme la tierra se iba tiñendo de sangre y el dolor cuajando en el aire, el cielo abandonaba sus viejos pudores entregándose desnudo al infierno, copulando al unísono que la muerte lo hacía con el placer y la sangre con el vino. Stuart, como un rey de armas aparecido del rojo firmamento, continuaba dedicado a mi contemplación y buscaba ahora mi mirada para exhortarme a actos que yo creía adivinar.
Señalé al siguiente en ser ejecutado que enseguida fue liberado del peso de la cruz así como de sus ropas y Stuart sonrió apenas lo suficiente como para darme a comprender que yo actuaba según un plan. El reo exhibió un cuerpo florido de lisos muslos, culo aterciopelado y espalda interminable y Robin ya ordenaba que entre dos, lo sujetaran a fin de facilitarme la tarea de metérsela y de revolverme en su interior. Su rostro aunque joven, asonante con su torso lechoso y terso de adolescente y los delicados brazos, no era equilibrado. Había en él una informidad quizá a causa de su mandíbula demasiado alargada o sus ojos sapunos o quizás de la desigual pelusa de su bozo que en la mortecina luz de antorchas, lo hacía repulsivo. Gritaba exageradamente y yo lo detesté por permitirse, a pesar de su fealdad, ponderar de esa manera la manifestación de su dolor. Busqué su ojete entre los relucientes glúteos y lo ensalivé mínimamente para permitirle el paso a mi polla. Gritó aún más si cabía al sentirla deslizarse dentro y yo embrutecido no tuve reparo en golpear con ímpetu y sin miramientos el trasero que se hacía sentir agradablemente al contacto con la parte alta de mis muslos al final de cada embate. Golpeé y golpeé apresando sus testículos y estrujándolos con fuerza, exhortándole a gritar cuanto quisiera pues su dios se hallaba lejos, inalcanzable a sus lamentos. Y él obediente así hacía como un animalejo apresado excitándome cada vez más y animándome a embestir ciegamente, desalojando entero mi rabo de su culo para meterlo de nuevo en su interior con toda la brusquedad de que era capaz sin atender a los límites que mi propia resistencia a la fricción pudieran imponerme. Me corrí todo lo deprisa que pude a fin de ahorrarle a mi verga el sacrificio de empujar mierda tan innoble y obligándolo a dejarse caer de rodillas restregué en su cara toda la miasma de su intestino que se había adherido a mi polla. Y aún cuando terminé mi aseo, él siguió gritando, negándose a ser crucificado. Todavía sujeto por ambos brazos, Kimberley aprovechó para propinarle una buena tanda de patadas en los cojones que lo tranquilizaron y castrarlo con su cuchillo. Gesto en apariencia cruel pero que le ahorraría una larga agonía en la cruz y que aliviaría al paisaje de sus gritos. Ya en silencio, fue izado.
La sangre me manchaba de los muslos a los pies y mientras capturaba las últimas gotas de semen presionando desde abajo sobre mi verga tiesa y también ensangrentada, volví mi cabeza para buscar a Stuart. Sentí fascinación y exaltamiento en su rostro, como si de repente las doce fuentes de la sabiduría le hubiesen sido reveladas, de forma abrupta, directamente por el culo sin los larguísimos prolegómenos que exige su estudio.
Ya era noche cerrada y la de las antorchas era la única luz que nos hacía visibles los cuerpos. Robin y Kimberley bebían vino y se besaban con alegría detrás de cada palo ensangrentado, marcando con cada beso, el vía crucix de su amor, celebrando con risas la fortuna de haberse encontrado. Celoso de ellos los buscaba con la mirada, más allá de los condenados, reclamando para mí, una sonrisa cómplice. Apenas Stuart me vio, quizás descubriéndome, rió con desahogo al tiempo que hacía amago de cascársela. Yo, ofendido volví con despecho a lo que andaba y atraje hacia mí con rencor, a uno de los ladrones. Era hermoso, no el más hermoso, pero sus cejas eran pobladas y sus ojos profundos como simas, su tez oscura, los labios grávidos, el pecho liso y lampiño, algo hundido en el esternón, insinuándose el vello del pubis que coronaba la, como no podía ser de otro modo, pesada verga. De rodillas, con la cabeza entre las piernas de Valerio, podía tantear sus cojones colgando, así como su ojete que era también una oscura sima y que por sus heridas deduje que no debía haber sido desaprovechado por los soldados en el campamento. Me deslicé en su interior abriendo a mi paso las heridas que enseguida manaron su sangre facilitando el acoplamiento. Apenas me moví dentro, detenido como estaba acariciando sus magros glúteos que me apresaban y antes de que comenzara a hacerlo, sentí como se contraían por efecto de un repentino orgasmo. Sus nervios apenas toleraban el contacto con mi polla y lo sufrían con dificultad. Aún así arrecié mis embestidas, recibidas con ininterrumpidos espasmos y gemidos ahogados, pero sin que su verga mermara lo más mínimo a pesar de su reciente desalojo. Al contrario, se elevaba, pareciendo pugnar su cipote enervado, como un arco tenso, por un lugar donde brillar con las demás estrellas del cielo. Y solo bastó que lo apresara con mis dedos para que lanzara de nuevo su esperma a esa negrura que anhelaba. Después de este estremecimiento, sentido en mi polla misma por obra de su culo contrayendo los anillos de su magnífica musculatura, sus orgasmos se sucedieron sin tregua en una suerte de epilepsia incontenible. Hubo de ser aferrado aún con más fuerza entre varios soldados para que yo continuara en mi tarea de encularlo. Maravillado por sus violentas sacudidas, entraba y salía de su culo inquieto, hasta llegar a sentir la inminencia del orgasmo. Mi amante desmayado pudo finalmente descansar su piel de tanto placer y tendido sobre la cruz, nos iluminaba con su gesto embelesado. El sonido del martillear del clavo sobre su muñeca me hipnotizó como si fuera música, urgiéndome la necesidad de ver que trozo de clavo era el que se hundía con cada golpe y como la piel era traspasada con tal limpieza. Aún izado yo seguía oyendo esos golpes secos y precisos, implacables en su asunción de lo absoluto.
Robin y Kimberley abandonaron sus juegos y observaban cautivos a Stuart, como si lo hubieran reconocido. Se acercaban a él con timidez y valoraban incrédulos su rostro. Pero Stuart apenas percibía nada que no fuese esa representación. Para mí no había descanso posible y busqué el dichoso encuentro con mi siguiente amante. Le conminé a que dejase de llorar pues si no lo hacía desearía hacerle daño de verdad. Era joven pero recio y vigoroso y esas lágrimas le desacreditaban. Su pelo lacio y abundante cubría su frente y dulcificaba aún más su rostro originalmente amable. Nunca antes había dejado de sonreír y su boca describía un maravilloso arco que lo iluminaba con gracia desarmante. No así ahora que se empecinaba en hacer mohines que de alguna manera también lo embellecían. Tomé con la mano, de la sangre fresca que se deslizaba por uno de los palos y la restregué sobre su cara
domingo, 4 de enero de 2009
el bosque de la noche
-Corre Silvano, corre, que aunque la resaca de mañana la conozcas, esta noche se erige sobre ti poblada de laberintos inmaculados e innúmeros para que tú los visites, para que tu violentes la paz de sus perspectivas y doblegues sus significados. Ríndete a las sombras que no son si no tu mismo, modela con la materia que te envuelve tu anhelo ideal y grita de placer, chubasca tu diversión a los cuatro costados y muéstrales a todos tu polla bien tiesa, proyectándose al infinito- y con estos buenos presagios me contuve de cascármela buscando más bien en la noche, enfebrecido de euforia y deseo, un agujero donde meterla.
-No quiera Dios que tu semen sea la semilla huera caída en la roca, mira a tu alrededor y dinos si no es verdad que la carne que es la materia del deseo no es modelable según nuestros anhelos; sólo has de aprender a usar tu mente- Veía muertos a mi alrededor, mejor, veía cuerpos donde la muerte se alojaba tratando yo de adivinar en que parte de ellos se hospedaba; En sus miembros, en su cabeza, en su corazón... me acerqué a uno de ellos y retiré sus ropas buscando un agujero practicable. Como estaba tripa abajo masajeé el esfínter para que se dilatara lo que hizo con sorprendente rapidez saliendo la muerte recién despierta en forma de aciago denso y maloliente pedo con el mismo olor que encontraba en el culo de Sebastián y con la misma capacidad de conmoverme. Respiré profundamente invitando a la muerte a instalarse cómodamente en mí y al tanto ya la sentía bajo mi hueso sacro en la base de los cojones tensándome la verga, inspirándome la sola determinación de atravesar el epicentro del deseo a golpe de riñón. Me tumbé sobre el cadáver y lo ensarté con la vivida y consciente impresión de mi verga como un gigantesco instrumento descarnado arrasando vastas extensiones de carne de hiel a su paso, para terminar embistiendo en su punta con un rugoso promontorio de hez, logrando en el impacto la comunión de esa mierda condenada a un inminente y ultrajante desalojo al exterior, con mi semen. Sin darme tiempo a detenerme siquiera la muerte ya bombeaba de nuevo desde su posición la sangre a mi polla embruteciéndome y haciendo que continuara escarbando en el barro como quien trata de encontrar su tesoro escondido. Los perros envenenaban mi culo a lengüetadas y el prurito se intensificaba a cada embestida abocándome al delirio máximo, con mi mente deslumbrada por una luz más fuerte y cegadora que la del sol. Mi lengua saboreaba el cuello del muerto, la carne blanca y amarga de su piel lijándome la boca con sus poros contraídos, hirientes como patas de gusano. Tomé después mi daga para practicar una brecha en el abdomen y busqué en su interior. Nunca había explorado más allá del primer intestino y mi mano curiosa ya se aventuraba por la oquedad recién abierta palpando las tripas, aún calientes, arrancándolas y arrastrándolas humeantes al exterior. Luego, insistiendo aún sobre su culo obcecada y desesperadamente, con el mango de la daga, golpeé y golpeé hasta consegur desprecintar el cráneo, y separando con el filo los dos hemisferios, engullí con voracidad los sesos. Al segundo orgasmo, sin aliento ni fuerzas, para levantarme preferí seguir tumbado encima del cadáver, con mi polla ablandándose dentro.