Antes de que los fornicadores se abandonaran de nuevo al sopor escancié vino para todos y cada uno cómodamente sentado fue bebiendo el suyo sin extrañar nadie el sabor nuevo de la mezcla. Poco a poco, a medida que amanecía, los cuerpos relajados se fueron quedando dormidos y sus pieles comenzaban a brillar en una rara alquimia de sueño y luz que parecía desdoblar las imágenes y animarlas de forma caprichosa. Sebastián reinició su vagar sonámbulo de un lado al otro de la casa sin cesar en la oración salvadora que lo libraba de su amor por mí, vencido por el cansancio, pero sin atreverse a abandonarse al libre fluir de sus sueños a los que temía como a sus propios pensamientos. El Sol aumentaba su posición en el firmamento y todo era ya reconocible a nuestros ojos, pero los cuerpos que antes brillaban, se hacían opacos y comenzaban a desprender el inequívoco y denso olor que la muerte dejaba a su paso. Ella era la que me inspiró cuando los que no terminaban de dormirse, tampoco daban muestras de mucha animosidad y busqué uno a uno sus cuerpos para atravesarles el corazón con el puñal. Jairo, en su altar me miró con bellos ojos y serena expresión incluso tras sentir el filo atravesar su garganta. Sebastián de nuevo vencido, incapaz de afrontar su soledad, buscaba mi aliento con su boca, tratando de excitar mis sentidos con la mano en mis testículos. Pero yo ni quería ni podía atender sus requerimientos, y tomando el machete, con violencia comencé a desmembrar los cuerpos desparramados. La muerte, inseparable compañera, me seguía allá donde fuera, convirtiéndome en emisario de la desgracia, haciéndome sentir esta idea, emplazado en un lugar donde la soledad podía ser más dolorosa que la que sufría Sebastián. Asestaba golpes con fuerza, como si al igual que mi amigo, necesitara escapar de mis propios pensamientos, agradeciendo la dificultad que suponía desgarrar esas carnes con mi escaso puñal o quebrar sus duros huesos con mi machete insuficiente y poco afilado y poder ocupar hasta el desfallecimiento, un tiempo que de otro modo sería insoportable incluso a mi corazón entrenado en la tragedia.
¿Será ésta sangre devuelta a algún río de dolor tenue hasta coagular olvidando su original herida?, ¿Se reunirán todas las almas desalojadas de su cuerpo por el fétido pedo-muerte en alguna colina verde y mullida, a bailar con enfermedad la música de todos sus recuerdos? ¿Bastará toda esta comida para conformar a mi padre? Preguntas caprichosas algunas y que no urgían respuesta, azares que mi mente sobre emponzoñada, desbordaba a las morrenas de mi espíritu.
Yahvé. Su
Cáscara
Anuncia
Amor y
Piedad
EL FIN
A espetaperro
Israel
Idolatra
Moras y
Manzanas
EL FIN
Arúspice sin
Vísceras
Preconizas
Santuario y
Silencio
LA MUERTE
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